Aquí no hay nadie más que gallinas

Don Pepito: Aquí no hay nadie más que nosotras las gallinas

En lo alto de las montañas de Puerto Rico, en el famoso Valle de las Ponedoras, se encontraba El Corral del Progreso, propiedad de Don Pepito Gonzales. Don Pepito era conocido por su gran corazón, su ingenio para resolver problemas y su devoción a la tierra. Su relación con los animales era especial, tratándolos con un cuidado tan meticuloso como si fueran parte de su familia. En cada cosecha, Don Pepito se aseguraba de enseñar a los niños del pueblo sobre la importancia de respetar la naturaleza y los seres vivos.

“Ellas no son solo gallinas,” decía refiriéndose a sus aves. “Son trabajadoras del Valle, y sin ellas, no tendríamos ni huevos ni alegría en este corral.” Cada gallina tenía un lugar en el corazón de Don Pepito, y él conocía cada una por su nombre. Pero aquella noche, el valle se llenó de un ruido inesperado que prometía transformar la rutina tranquila en una historia que sería contada por generaciones.

Vista del corral bajo una noche tranquila antes del incidente, con la silueta de las montañas al fondo.

Los vecinos le habían advertido sobre unos perros salvajes que rondaban las fincas, cazando gallinas como si fueran premios de una rifa. Decidido a proteger a sus aves, Don Pepito se armó con su linterna y su vieja escopeta. Bajo el cielo estrellado, comenzó a patrullar la finca, atento a cualquier movimiento. A medida que avanzaba la noche, todo parecía estar tranquilo, hasta que un fuerte BAM sacudió el corral.

Alarmado, corrió hacia el gallinero, donde encontró a las gallinas en total alboroto. Abrió la puerta de golpe y exclamó:

—¿Qué está pasando aquí?

Doña Cresta, la líder del corral, lo miró fijamente desde su percha y dijo con indignación:

—¡Ay, Don Pepito, cálmese! ¡Solo somos nosotras, las gallinas!

Don Pepito con linterna en mano, investigando los sacos derribados por el cerdito Benito.

Doña Clotilde, la más gordita y sabia del grupo, añadió:

—Exacto. Aquí no hay ni perros, ni monstruos, ni nada raro. Solo nosotras tratando de dormir y usted con su escándalo no nos deja en paz.

Don Pepito, aún confundido, frunció el ceño.

—¿Entonces qué fue ese ruido tan grande?—preguntó.

Grupo de gallinas descansando en sus perchas mientras discuten con Don Pepito en tono de humor.

Doña Clotilde miró por una rendija y señaló hacia el granero.

—¡Mire allá! Parece que algo tiró los sacos.

Don Pepito giró la linterna y vio al culpable: el cerdito Benito, quien había tumbado unos sacos de maíz y unas tablas al suelo. Benito, con su trompa cubierta de harina, soltó un suave "oink" mientras miraba a Don Pepito con ojos inocentes.

—¡Ay, Benito! ¡Siempre metido en líos!—suspiró Don Pepito, rascándose la cabeza.

En ese momento, Doña Carmelina, la gallina más joven y un poco nerviosa, aprovechó para hablar:

Doña Cresta explicando con seriedad las tareas diarias de las gallinas en el gallinero.

—Don Pepito, agradecemos que nos cuide de esos perros, pero con tanto ruido no hay quien duerma.

—¿Y por qué tienen tanto apuro por dormir?—preguntó Don Pepito, cruzando los brazos.

Doña Cresta explicó con paciencia, aunque claramente harta:

—Porque mañana tenemos un día bien ocupado. Hay tierra que raspar, gusanos que sacar, huevos que poner y pollitos que sacar del cascarón. ¡Eso toma tiempo y mucha energía!

Don Pepito sonrió y, dejando de lado su apuro, dijo:

—Está bien, muchachas. Perdónenme el susto. Sigamos trabajando juntos para que todos podamos vivir tranquilos y bien cuidados.

Don Pepito con su escopeta descansando bajo un árbol, observando a las gallinas en calma.

El legado del Valle

En las montañas del Valle de las Ponedoras, todos tienen un rol vital que desempeñar, desde las gallinas hasta los agricultores y, sí, incluso el travieso cerdito Benito. Esta historia nos enseña que el equilibrio entre el trabajo y el cuidado de los demás es fundamental para una vida plena y significativa.

Don Pepito entendió que, aunque proteger era su responsabilidad, también era crucial comprender las necesidades de sus compañeras de corral. Las gallinas, en su sabiduría, sabían que el descanso adecuado era tan importante como el trabajo. Nos recuerdan que la preparación no solo implica estar listos físicamente, sino también mental y emocionalmente para enfrentar los desafíos.

Así que, cuando enfrentes un día lleno de responsabilidades, piensa en las palabras de Doña Cresta: “Descansa, prepárate y cuida de los demás, porque solo así el trabajo será provechoso.” Porque incluso en el ajetreo, hay espacio para la reflexión, la risa y la colaboración.


sobre el autor

Sobre nuestro autor

Bill García escribe con el alma de Puerto Rico, inspirado por su naturaleza, su música, su gente y su historia. En su retiro, encuentra alegría en escribir para quienes quieren conocer más sobre nuestra Isla del Encanto

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