Una de las experiencias más memorables para nosotros, los estudiantes de Piti, fue el día en que nos llevó a cerca de 20 compañeros a explorar los manglares cerca de las Cabezas de San Juan. Con permisos en mano y una guagua escolar prestada por la escuela, Piti lideró esta excursión con un grupo que había decidido participar voluntariamente. Para muchos de nosotros, era nuestra primera experiencia directa con este fascinante ecosistema.
El trayecto hacia Fajardo estuvo lleno de energía y anticipación. Los estudiantes viajaban ligeros, pero con una curiosidad que se podía sentir en el aire. Algunos conversaban animadamente, mientras otros miraban por las ventanas, observando el paisaje que se volvía cada vez más verde y vivo conforme nos acercábamos al manglar. Al llegar, encontramos un espacio para estacionarnos cerca de un sendero que conducía directamente a nuestro destino.
Piti nos reunió para recordarnos la importancia de ser cuidadosos en este delicado entorno. Mientras comenzábamos la caminata, notamos las raíces de los manglares que parecían abrazar el suelo y alzarse como estructuras protectoras. Nos explicaron cómo estas raíces no solo estabilizan el terreno, sino que también ayudan a filtrar el agua y brindan hogar a numerosas criaturas. Desde ese momento, la caminata se convirtió en un viaje de descubrimiento.
La primera sorpresa llegó al caminar cerca de un área pantanosa donde encontramos cangrejos violinistas. Pequeños y ágiles, sus pinzas asimétricas capturaron nuestra atención. Piti aprovechó la oportunidad para explicarnos que el nombre de estos cangrejos se debe a la forma de su gran pinza, que recuerda a un arco de violín. Nos explicó también cómo estos pequeños habitantes del manglar remueven el suelo en busca de alimento, ayudando a airear los sedimentos y mantener un equilibrio saludable en el ecosistema.
Más adelante, en un terreno un poco más seco, nos encontramos con cangrejos azules, mucho más grandes y majestuosos. “Estos son los cangrejos azules de Puerto Rico,” explicó Piti con entusiasmo, resaltando cómo juegan un rol vital en la cadena alimenticia y ayudan a preservar el equilibrio de su entorno. Nos contó que los cangrejos son considerados una delicia culinaria en algunas áreas, pero que su valor en los ecosistemas es inestimable.
A medida que seguíamos explorando, llegamos a una loma en uno de los senderos que ofrecía una vista espectacular del entorno. Desde allí podíamos ver las pequeñas islas que adornaban el horizonte: Palomino, Icacos y varias más que se extendían como perlas en el azul del mar. Fue aquí donde Piti compartió la historia de las Cabezas de San Juan. Nos explicó que el nombre viene de los promontorios rocosos que los navegantes españoles veían al acercarse desde Europa, cuando toda la isla era conocida como San Juan Bautista. Esas formaciones rocosas eran como un saludo de la tierra a los que llegaban cruzando el Atlántico.
Piti aprovechó para hablarnos sobre cómo este lugar no solo es de importancia ecológica, sino también histórica. Durante siglos, las Cabezas de San Juan han sido un punto de referencia para marineros y exploradores, conectando generaciones con la majestuosidad del océano y la tierra. Fascinados, miramos a nuestro alrededor y sentimos una conexión profunda con la historia y la naturaleza. Este momento nos recordó que los paisajes que admirábamos eran mucho más que simples vistas; eran testigos vivos del pasado.
Finalmente llegamos a una pequeña playa rodeada de manglares. Era un rincón tranquilo, lleno de vida. Decenas de aves playeras caminaban por la orilla, entre ellas los sanderlines (playeritos pequeños), chorlitos y zarapitos. Mientras observábamos con curiosidad la interacción entre estas aves y los pequeños animalitos de la arena, Piti detuvo la caminata y señaló con entusiasmo los peces que nadaban en las aguas poco profundas.
Durante varios minutos, Piti se quedó de pie, mirando con una sonrisa la vida que llenaba el manglar. Su alegría era palpable mientras relataba cómo estas pequeñas criaturas forman parte de un ecosistema vibrante que se conecta con todo lo que nos rodeaba. “Miren cómo se mueven los peces,” dijo emocionada. “Esto, chicos, es una obra de arte viva. Es un regalo de la naturaleza”. Inspirados por su amor y entusiasmo, también nos detuvimos a mirar, disfrutando tanto de los movimientos en el agua como de la manera en que Piti transformaba cada observación en una enseñanza cautivadora.
Explorando los alrededores, encontramos algo inesperado: un pequeño letrero hecho a mano que decía, “No pisar. Tortuga marina puso huevos aquí.” Piti nos explicó el ciclo de vida de las tortugas marinas y cómo Puerto Rico es hogar de varias especies en peligro de extinción, como el tinglar, el carey y la tortuga verde. Nos habló de la importancia de proteger sus nidos y cómo pequeños actos de conservación pueden marcar la diferencia. Inspirados por sus palabras, caminamos bien suavesito, casi sin respirar, como si el suelo entero fuera un nido gigante. Con cuidado extremo, logramos salir del área sin mover ni dañar nada.
Nos reunimos en un claro cerca de los manglares, donde sacamos los sándwiches que habíamos traído. Mientras comíamos, Piti aprovechó la oportunidad para hablar sobre los beneficios de los manglares. Nos explicó que actúan como barreras naturales contra tormentas y tsunamis, ayudando a proteger las costas y estabilizar el suelo. También nos habló de cómo filtran el agua, mejorando su calidad al retener sedimentos y contaminantes, y cómo tienen una alta capacidad de almacenamiento de carbono, siendo aliados fundamentales en la lucha contra el cambio climático.
La conversación se extendió, cubriendo temas como su rol como viveros para peces y vida marina, y la manera en que sostienen redes alimentarias al proporcionar materia orgánica que sirve de base para la cadena alimenticia. Piti nos recordó que cada una de estas funciones es vital, no solo para los ecosistemas locales, sino también para el bienestar global.
Después de horas de exploración y aprendizaje, llegó el momento de decidir cómo regresar. Teníamos dos opciones: volver por el mismo sendero o aventurarnos atravesando los manglares por el lado más corto, colgados de sus raíces y troncos. Sin dudarlo, todos elegimos la ruta más emocionante. Mientras nosotros, convertidos por unos minutos en intrépidos monos, nos colgábamos de las raíces y atravesábamos el tramo entre los mangles para evitar el suelo que se asemejaba a arenas movedizas, Piti nos cuidaba con su ojo vigilante. Caminaba cerca, como toda una dama, siempre pendiente de nosotros y asegurándose de que nuestra aventura fuera segura. Sabíamos que, si no fuera la maestra responsible que era, probablemente habría disfrutado tanto como nosotros de convertirse en uno de los monos por un rato. Al final, lo que quedó grabado en nuestras memorias no fue el peculiar aroma del manglar, sino la emoción y la camaradería de aquella travesía inolvidable.
A pesar de la distancia recorrida de esta manera, logramos mantenernos secos y prácticamente libres de lodo. Risas y gritos llenaron el manglar mientras todos nos movíamos entre las ramas con entusiasmo y adrenalina. Al llegar al otro lado del sendero, nos limpiamos las manos y los brazos antes de reanudar la caminata hacia la guagua. Con el reloj marcando alrededor de las 3 de la tarde, regresamos temprano a la escuela, satisfechos con la aventura que habíamos vivido.
De vuelta en la guagua, había un silencio cómodo entre el grupo. Era el tipo de silencio que habla de satisfacción, de recuerdos recién creados que quedarán grabados para siempre. Piti, mirando a sus estudiantes relajarse en los asientos, supo que ese día había logrado algo más que enseñar biología. Había dejado una marca indeleble en nuestros corazones.
Para muchos de nosotros, fue en ese momento, mientras el paisaje pasaba lentamente por la ventana de la guagua, cuando entendimos el privilegio de tener una maestra que no solo enseñaba conceptos, sino que los vivía. Piti, con su pasión por la naturaleza y su capacidad de transmitir conocimientos de una manera tan viva, era una inspiración para todos. Nos recordó que ser maestro no es simplemente impartir lecciones; es encender llamas de curiosidad, abrir mentes y alimentar el amor por descubrir el mundo.
Mientras pensábamos en todo lo que habíamos aprendido ese día—sobre los cangrejos, los peces, las tortugas marinas y sobre la interconexión entre todos los seres vivos—también reflexionábamos sobre el impacto que los maestros tienen en nuestras vidas. Piti no solo compartió su conocimiento, sino también su alegría y su compromiso con el mundo que nos rodea. Fue un honor haber sido parte de su clase y tener la oportunidad de aprender bajo su guía.
Incluso hoy, más de 45 años después, seguimos contando esta historia. Porque no fue solo una excursión, fue una experiencia transformadora que nos enseñó el valor de observar, proteger y respetar la naturaleza. Pero más que nada, nos enseñó el poder que tiene una maestra apasionada para cambiar vidas.
En este mundo, donde a veces la dedicación y el amor por enseñar pasan desapercibidos, es importante reconocer a personas como Piti Gandara. Ella no solo nos enseñó biología; nos enseñó a ver el mundo con ojos diferentes, a preguntarnos cómo podemos contribuir a la conservación y al bienestar de nuestro entorno. Gracias a su espíritu y su entrega, tuvimos un día que nunca olvidaremos.
La mayoría de los detalles de esta historia pasaron realmente hace más de 45 años, cuando éramos seniors en la escuela superior. Sin embargo, algunas palabras fueron ligeramente improvisadas debido a la ausencia de una grabadora en aquel momento. Quiero agradecer a Piti Gandara, una de las mejores maestras que tuve en mi juventud, por haber hecho de esta experiencia algo inolvidable. Es gracias a su entusiasmo y su instinto de enseñanza que este día permanece tan vivo en mi memoria.
Piti ya no está con nosotros, pero su espíritu de maestra y amante de la naturaleza sigue presente en cada rincón de nuestra isla. Hace pocos meses, llevé a unos amigos de mi iglesia, una familia encantadora con seis muchachos y sus padres, a visitar las Cabezas de San Juan. Hoy en día, este lugar es un punto turístico muy activo, administrado por la organización sin fines de lucro Para la Naturaleza. Ofrecen programas educativos, recorridos guiados y actividades de conservación que permiten a los visitantes conocer y apreciar la biodiversidad y la historia de este lugar único. Es un espacio donde la naturaleza y la educación se encuentran para inspirar a todos los que lo visitan.
Durante nuestra visita, me sentí tan orgulloso de todo lo que podía contarles a mis amigos visitantes. Sabía mucho sobre este rincón especial de Puerto Rico y pensaba que era muy listo. Pero al escribir esta historia, recordé de quién era realmente el crédito por todos esos detalles e información: Piti Gandara. Fue ella quien, con su pasión y dedicación, plantó en mí el amor por la naturaleza y el conocimiento que ahora comparto con otros.
En nuestra visita con los norteamericanos, tuvimos una guía turística que nos acompañó. Como suelo hacer, conversé con ella y le conté que hacía 45 años había visitado este lugar con mi maestra, quien nos enseñó tanto. Con una sonrisa, la guía me preguntó quién era esa maestra. Cuando le dije que era Piti Gandara, se rió y dijo: “Sí, la conocemos bien. Ella visitaba algunas veces. Es por ella que decidí hacerme guía turística en este lugar”.
A veces, uno nunca sabe hasta dónde puede llegar el amor y la dedicación que se regalan a los demás. Piti, gracias por todo. Fue un día hermoso, y tu legado sigue vivo en cada historia que contamos y en cada rincón que protegemos.
Bill García escribe con el alma de Puerto Rico, inspirado por su naturaleza, su música, su gente y su historia. En su retiro, encuentra alegría en escribir para quienes quieren conocer más sobre nuestra Isla del Encanto